viernes, 10 de abril de 2015

El diario de Nearly #8

La cantidad de placer que puedes llegar a sentir depende de tus limitaciones morales y de las capacidades prácticas que durante tu vida hayas asimilado. Irina y yo aún no habíamos conocido nuestros límites y dominábamos el arte del sexo. Aún con ello su menudo cuerpo sí que tenía ciertos límites.

Tras la embestida se tambaleó hasta que arrastrando la planta de sus pies cayó de rodillas, quedando su torso sobre el mío. Una risita mostrando amenazante mis dientes le mostré mientras caía, quedando su frente sobre la mía. Posé ambas manos sobre su culo y lo apreté contra mi aún penetrado miembro, ella me besó soltando en mí todo el calor que contenía su boca, transmitiéndome de una forma casi muda su placer.
Entonces, cerré los párpados, la escena me embriagaba. Mi cuerpo agotado sentía con mucha más intensidad cada ápice de aquella sensación; su cálido, frágil y suave cuerpo fundiéndose con el mío cual lacerante horno. El sabor de su saliva era puro afrodisíaco, sus labios eran tierna carne para mis fauces. Las caricias que realizaban sus endurecidos pezones, el tacto de sus tan firmes como delicadas nalgas y la prieta humedad de sus paredes vaginales me mantenían duro como una piedra. Todo lo que era capaz de sentir era placentero: la música que nunca me terminó de gustar, el suelo frío, húmedo y duro como el hielo e incluso la insoportable estaca que me condujo hasta ahí.
Habían pasado meses desde la última vez que Amara y yo lo hicimos, desde que una mujer tuviera el privilegio de traspasar aquella frontera que marcaba mi ética y mi corazón.
El estruendo provocado por el resplandor de un trueno acabó con mi hipersensibilidad, con en cierta forma, mi catarsis personal.
- Estás chorreando. - Dije separando mis labios de los suyos. Sus fluidos vaginales llegaban al suelo.
- ¿Qué esperas? Gilip... oh. - Su tono avergonzado se convirtió en un ronco gemido al sentir un ritmo lento pero completo de penetración.
Quedándose sus dientes cerca de mi cuello no pudo evitar recorrer entre ligeros mordiscos un intrincado sendero rumbo a mi boca. Ante cada penetración completa gemía dejando que su cálido aliento bañara la zona mordida. Una vez llegó a la meta apretó mi labio inferior hasta conseguir la sangre que una vez más buscaba, tras ello incorporó levemente su torso apoyándose en mis hombros. Lo cierto es que estaba saliendo malherido de aquel encuentro.
- No se te puede tratar con delicadeza. - Lamí con lentitud la sangrante herida. - Muere.
Antes de que pudiera vocalizar palabra alguna su cuello estaba siendo sometido por mis manos. Era tan delicado y delgado que mis dedos se montaban unos sobre otros. Debía ser cuidadoso para que no hubiera una tragedia pero aún así usaba la suficiente fuerza como para que Irina lo estirara buscando de una forma u otra oxígeno. Mientras había doblado mis rodillas y había preparado mi cuerpo para lo que venía.
Cuando una mujer te ha agarrado del cuello en varias ocasiones y sabes que es sumisa como una perra en celo sólo te queda concederle su deseo, lo estaba deseando.
- Muere. - Seguramente no me escuchó ni pudo leer mis labios pero focalicé cada sílaba de tan crudo mandato. Recuerdo sentir un furor incontrolado recorriendo mis músculos antes de comenzar, un sentimiento similar al de querer dañar pero con la clara connotación sexual.
En un vigoroso acto de resistencia física movilicé por completo su cuerpo con mis manos desde su cuello y junto a mis caderas pude realizar una penetración tosca y profunda, a un ritmo vertiginoso, parecía que siempre estuviera acelerando. Sus manos no alcanzaban mi rostro pero sí que arañaban mi pecho, desde sus labios no nacía sonido alguno pero un hilo de saliva ensangrentada emanaba.
Pasados varios minutos los arañazos descendieron su ritmo, debía estar destrozado ya que se llevó ambas manos a sus pechos y éstos se oscurecieron con mi sangre. Apretaba, masajeaba y pellizcaba con locura sus pezones hasta que finalmente sus brazos cayeron inmóviles. Continué penetrando, consumiendo las fuerzas que me quedaban antes de llegar a mi límite.
No me corrí ya que no se había movido desde que sus brazos cayeron muertos, estaba preocupado. Finalmente detuve la marcha y solté el nudo de su cuello, pero no reaccionó. Aguanté su tórax con una mano y observé sus ojos cerrados, su boca abierta babeando, su expresión de languidez.
- ¿Irina? - Mi voz sin llegar a ser un grito se elevó por encima de la música.
No reaccionó.
El caos mental que sentía hacía que mi erección comenzara a descender, era incapaz de distinguir si los latidos que notaba en mi mano eran los de ella o los míos. Decidí golpearle el rostro con la palma de la mano a lo que ella segundos después reaccionó con la misma acción en mi cara. El impacto secó las diminutas lágrimas de desesperación que habían nacido en mis lagrimales. Agradecí el golpe. Apartó su sujeción de un manotazo y rodó alejándose de mí. Al salir mi polla de ella me di cuenta de que estaba dolorida, normal; por mucho que deseara trepar de nuevo a los árboles para observar el cielo estrellado sus manos acabarían doloridas.
Mi piel estaba húmeda de sudor, saliva, fluidos y sangre.
- ¿Estás bien? - Llevé una mano a mi miembro para volver a endurecerlo.
Bruscos movimientos de su espalda me indicaban que estaba tosiendo.
Ya no sabía de dónde emanaban mis fuerzas después de aquel día tan largo pero la llevé a la cama elevándola en brazos. Quité la música y nuestras miradas se sostuvieron. Brillaban sus enormes y negros faros, declarando así el placer que habían experimentado. El silencio se quebró antes que nuestro mirar.
- No... - Se llevó una mano a su pecho y tragó saliva descendiendo inevitablemente su rostro. Sus iris seguían firmes en los míos hasta que se movilizaron en la dirección que marcaba un alargado dedo proveniente de la mano de su pecho. - No voy a aguantar más, lo siento. - Era tan cierto como la angustia que escondía, no estaba tan preparada como decía.
Arqueé una ceja y entrecerré los ojos escrutando con supremacía su figura, realicé una negación con la cabeza casi imperceptible.
- Te la puedo comer. - Las palabras se atropellaron en su boca, seguramente al recordar que ya lo había hecho. Su postura era puro arrepentimiento.
Había invocado a una bestia que era incapaz de domesticar en su actual estado; ahora sí que confirmé que aquella fama que tenía era totalmente falsa. Quizás llevaba sin hacerlo mucho más tiempo que el que yo mismo llevaba. Oportunidades no le faltaron para calmar el coito pero quiso jugar a su juego de dominación y brutalidad, mejor dicho, al juego que yo mismo inculqué en ella años atrás.
- ¿Tienes lubricante? - Mi voz crispada se desprendió de mi garganta. Su anterior broma por poco me corta el rollo y encima su falta de control se había cargado mi vuelta al sexo, su regreso al sexo, nuestro esperado encuentro.
Negó con la cabeza y su mandíbula cayó ligeramente, dejando entrever una lengua que acariciaba los colmillos. Era un lobo con piel de cordero. ¿Acaso seguía con su lunático juego? Seguramente mañana no pudiera andar y aún así me incitaba a mantener el ritmo que tanto le excitaba. Perfectamente podía tapar su cuerpo con aquellas negras sábanas y pasar de mi merecido orgasmo, si lo hubiera hecho saldría perjudicada además de que atentaría contra su ego. Sin un cambio equivalente ardería su sangre de buen amante, de maestra del placer; era un diamante en bruto.
- Lubrica mi polla o te destrozaré el culo. -