lunes, 16 de febrero de 2015

El silencio sentenciado

Al fin llegó el momento que esperaba y no deseaba.

Recuerdo cuando era un infante y jugaba con un mechero que tras varios intentos encendía, su luz cristalizaba mi mirada y el calor que emanaba me transportaba a un estado de éxtasis; tras unos segundos mi pulgar se abrasaba e inevitablemente lanzaba el mechero lejos de mí. Al parecer con unos lametones y varios chupones la mancha negruzca de la piel no desaparecía pero el dolor en ocasiones persistía, éste dependía del tiempo que resistiera el ardor de la llama. Jamás olvidaré mi mundo vidrioso en aquellos momentos como tampoco olvidaré lo que aprendí a tan temprana edad.

"Todo lo que te gusta, duele."

Así a priori puede resultar una reflexión generalizada y simplona pero qué queréis que le haga, era tan sólo un niño. Unos años más tarde tenía como afición leer el periódico, mi mente se embotaba de información insustancial de aquella época hasta que llegaba a la sección de animales. No tendría ni una década de edad y ya estaba llamando a un desconocido para que me diera aquel gatito moteado y recién destetado. Deseaba por encima de todo tener un amigo con el que jugar, pelearme y dormir. Mi carencia de habilidades sociales no tenía importancia ya que tenía a mi inseparable amigo cuadrúpedo en mi casa, seguramente entre mis sábanas acechando esperando el momento oportuno para saltar sobre mi. Una aún dolorosa mañana estaba preparándome para ir a la escuela y un vecino trajo entre sus brazos el cuerpo frio de mi mejor amigo, su cuello estaba destrozado por las fauces de un perro callejero. Entré en casa sin capacidades cognitivas, mi madre me abrazaba llorando, me daba ánimos ya que sabía que sin él, estaría solo. Una vez me dejó ir me acurruqué en la alfombra junto a la chimenea y dormí durante días. Desde aquel entonces me rehusé a crear vínculos con personas o con objetos ya que todo lo que pudiera valorar o apreciar se desvanecía produciéndome aquel agónico mundo vidrioso. Decidí enterrar mi corazoncito en un rincón de mi dolorida alma, de esa manera era capaz de tener vida social ya que no tenía nada que perder, no había nadie que me fallara ya que nunca había creído en nadie.

"Hasta que llegaste tú y me hiciste creer y caer."



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