jueves, 12 de marzo de 2015

El diario de Nearly #5

Cada mujer siente y sintetiza el deseo de forma única, Irina era una chica muy especial en este aspecto. Disfrutaba del irresistible momento en el que los labios estaban a punto de unirse para formar un beso y enloquecía con todo tipo de juegos que alimentaran la llama de su desmedida imaginación. Era el reflejo de mi juvenil locura, maquillada por sus delirios y peculiares gustos. En el fondo me sentía culpable por su solitaria vida y por ello creía que merecía mi fugaz atención, muchos discreparían mi decisión pero ya llegaremos a esa parte de la historia.

Nuestros fríos cuerpos esperaban el ardiente baño casi tanto como unirse uno al otro. Irina me mostró su espalda que presentaba huesudos surcos debido a su delgadez e inclinó ésta para acariciar con respeto las aguas. Al querer incorporarse una de mis manos detenía la incorporación, para no perder el equilibrio se agarró al porcelanoso borde.
- ¿Está tan caliente como me gusta? - Musité con un natural tono provocador mientras doblaba las rodillas para situarme a la altura correcta. Coloqué mis manos en sus piernas.
Ella asintió produciendo un gemido afirmativo. Su cuerpo había olvidado la orden de enderezarse y se mantenía inmovil.
- Muéstrame, así no lo vas a disfrutar. - Por un momento mi mente se trasladó al pasado cuando debía guiarla en casi cada encuentro sexual.
Antes de terminar la frase ya había obedecido, arqueó su espalda y separó levemente sus piernas dejando ver el fruto de la decadencia de los hombres. Pensé que estaba esperando escuchar aquella sugerencia como si fuera un juego más, no me planteé que lo que llegaba a mis oídos de su lujurioso estilo de vida pudiera ser incierto. La tan esperada visión hacía latir con fuerza cierta parte de mi cuerpo. 
Mordí cual rabiosa fiera uno de sus muslos escuchando una nerviosa carcajada. Se podían apreciar dos lágrimas cayendo por sus piernas, estaba realmente mojada. Acerqué mi rostro, solté ligeramente el poco calor que quedaba en mi interior y comencé a acariciar suavemente en horizontal la zona abultada.
- Oh... joder. - Era impresionante como con tan poco podía volverse tan loca. - Acelera, quiero correrme ya.
Era consciente de que no iba a aguantar mucho más que un par de minutos. No era mi habilidad precisamente la causante, o eso quería pensar para no sobrecargar aún más mi desmedido ego; era ella la que esperaba desde hace años aquel momento. Sea como fuese no pensaba acelerar, no sólo por jugar sino porque estaba cansado de no poder disfrutar de aquellos momentos.
Cambié el recorrido manteniendo la misma pasividad, una vez llegué al causante del húmedo nectar no pude evitar introducir súbitamente mi perforada lengua. Controló su respuesta fisiológica, decidí tirar la toalla y brindarle su efímero orgasmo. Saqué mi lengua con más fluidos que saliva, abrí aún más sus nalgas con mis manos y comencé a masajear su clítoris con un ritmo que oscilaba entre círculos y movimiento horizontal. Al sentir que se acercaba por el leve temblor de sus rodillas aceleré aún más dejando a un lado el movimiento circular. Aprecié entre los gemidos y espasmos de todo su cuerpo que sus uñas arañaban la cerámica hasta el extremo de casi quebrarse en sus dedos. En ningún momento descendí el ritmo provocando que los espasmos fueran aún más fuertes.
- Para, para, para... - Empezó a levantar su espalda mientras ella misma pellizcaba la cúspide de sus pechos para intensificar el placer. Seguí colando mi lengua entre sus labios para acariciar lo poco que me dejaba aquella intrincada postura. Al cabo de un par de segundos tuve que parar al ver que Irina se desvanecía cayendo de rodillas, se había mareado.
- ¿Estás bien? - Dije gateando hasta colocarme a su lado. No sería nada pero debía preguntar.
- Sí. - Portaba una amplia sonrisa, sus ojos estaban cerrados y su respiración dudaba en usar su boca o su nariz.
- Vamos de cuarto de baño en cuarto de baño. - Besé su hombro y me puse en pie para cortar el grifo.

Debía compartir piso con mínimo dos chicas ya que había varios champús, acondicionadores, mascarillas, geles y ciertos productos que no fui capaz de identificar. La sociedad exigía un canon de belleza que algunas mujeres seguían hasta rozar lo patológico, desconocían que no eran ellas realmente las que decidían usarlos sino la presión social la que provocaba tal cantidad de cuidados físicos. ¿Éramos acaso borregos consentidos? Irina me sacó de mi ensimismamiento.
- ¿Tanto te has preocupado por mí que se te ha bajado? - No me preocupé, tan sólo dejé rienda suelta a mis pensamientos mientras ella se recuperaba.
- Eh, tanto no ha bajado.
Entró al humeante agua ignorando por completo el cambio tan brusco de temperatura, se tumbó y al igual que ella hice lo mismo pero en dirección opuesta. El silencio compartía la satisfacción mutua, casi parecía que hubiéramos vuelto a estar juntos; desde la ventana circular se apreciaba la luz del alba. Aquel miedo primitivo por lo que pudiera llegar a hacerme había desaparecido, su reciente momento de debilidad me había hecho bajar la guardia por completo.
- ¿Vienes? - Acompañé la sugerencia con un carismático movimiento de cabeza. Cual víbora se extendió sobre mi pecho, su expresión se mantenía plácida y tranquila.
- ¿Te pasa con otros? - Sólo en aquellos momentos de paz mental se podía mantener una conversación mínimamente civilizada con ella. - Me refiero a llegarte tan rápido.
Negó con la cabeza y se apegó aún más a mí. Tragué irremediablemente saliva, no quería conocer la respuesta a la siguiente pregunta pero debía realizarla. Habían pasado casi 3 años desde que Irina y yo habíamos acabado.
- Aún me amas. ¿Verdad? - Entrecerré inevitablemente los ojos, centrado en la luz del amanecer. Posiblemente hubiera destrozado las horas de pasión que se aproximaban con la pregunta, pero no importaba. El calor y la débil claridad del sol me entregaron la cordura que hasta entonces se ausentó.



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