lunes, 23 de marzo de 2015

El diario de Nearly #7

Los vecinos debían estar más que acostumbrados a este tipo de alborotos y si no era así, había conseguido impresionarme. La música estaba lo suficientemente elevada como para sentir el suelo temblar, nuestras voces apenas se apreciaban. Lo único que distinguíamos era el contorno y las facciones del otro. Estábamos tan cerca y el momento antes del beso se había alargado tanto que perdí los papeles. Agarré sus muslos alzando su cuerpo, una vez rodeó mi cuello con sus brazos y mi cintura con sus piernas, me besó apasionadamente. Sus tiernos labios se volvían locos al sentir mi lengua serpentear entre ellos, sin un exceso de pasión los besos sobrarían. Anduve hacia una de las paredes para apoyarla y poder apegarnos aún más. Al golpear su espalda con uno de los posters éste se rajó, al notarlo finalizó el contacto bucal con un tirante mordisco en mi labio inferior.
- Yo te mato, hijo de puta. - Bramó en mi oído.
Aproveché para succionar su cuello hasta el punto de soportar como intentaba escapar de mí. El resultado fue una marca negruzca con forma de nudillo y el dejar a mi compañera totalmente atontada. Solté su muslo derecho y quedó colgando. Lamí los dedos de mi mano libre e hice que los chupara por completo, sentí como creaba una increíble presión con sus mejillas. Mis dedos salieron de su boca y aprecié en el agitado movimiento de su pecho como su respiración se había acelerado, algo me decía que hacía bastante tiempo que nadie revolucionaba su cuerpo de esa manera.
- Tan sólo acabo de empezar. - La humedad de los dedos unidos facilitaba el circular roce con su clítoris. - Relájate pequeña. - El agarre de sus brazos se fortalecía quedando nuestros oídos junto a nuestras bocas. Podía escuchar como su respiración estaba entrecortada por gemiditos.
- Quiero... - Tragó saliva al notar la boca seca. - ... que me folles.
Llevaba ya el recuerdo de un centenar de gemidos hasta que suplicó ser penetrada. Introduje dos dedos en su chorreante vagina y solté el muslo que la sostenía. Sus pies quedaron flotando.
- JODER. - Un quejido desorbitado acompañado por una mueca de lujuriosa desesperación terminaron por incendiar lo poco que quedaba de mi cordura.
Cual gata aferró sus uñas en mi biceps, introduciéndose éstas en mi piel. Elevé su cuerpo aún más, intensificando sus facciones hasta el extremo de presenciar como un ligero hilo de saliva caía por la comisura de sus labios. Descendí la mano al notar que empezaba a cansarme pero en un último esfuerzo la volví a levantar antes de que la punta de sus dedos tocara el suelo. Por un momento creí que una lluvia de fluidos pringaría nuestros pies, pero no fue así. El trayecto que recorrieron sus uñas había sido totalmente desgarrado, delicados senderos de sangre morían desprendiéndose al suelo. Finalmente la dejé caer.
Entre bruscas convulsiones reposó su cabeza sobre mi pecho, estaba totalmente seguro de que había soportado el orgasmo que la hubiera dejado fuera de combate. Observé con atención mi tan cansado como dolorido brazo y distinguí en la oscuridad las sanguinolentas lágrimas, me excitaba.
- Pequeña perra... - Giraba con lentitud el miembro superior para analizar la decena de marcas.
Aterricé con mi espalda tras recibir un inesperado empujón, uno de sus pies detenía el retroceso de uno de los míos. Cayó sobre mí impulsada por la potencia que empleó. Antes de que pudiera reaccionar estaba sentada sobre mi entrepierna y de nuevo una de sus manos apretaba mi cuello.
Una de las canciones acabó, la furiosa tormenta era el interludio entre cada tema.
- El único perro eres tú. - Lamía la sangre de sus dedos mostrando su lengua. - Estoy preparada para domarte.
Agarré su muñeca y comencé a reír con el poco aire del que disponía. Tal risa fue interrumpida al sentir como masturbaba con su coño la totalidad de mi erecto miembro, lo estaba empapando. Cerré los ojos sincronizando su movimiento con el de mi cadera, sentí sus uñas clavarse en mi cuello; entreabrí los ojos. Cualquier muestra de control intentaría mitigarla. Éste era su juego, pretendía arrancarle el brazo al domador del zoo.
En un sorprendente acto de misericordia dejó que volviera a respirar. Estiró su espalda, se puso en cuclillas sobre el ancho falo y lo colocó totalmente en vertical a las puertas de su prieta vagina. Descendió encontrando lo difícil que resultaba que entrara por muy mojada que estuviera, aquel impedimiento tan sólo nos hizo enloquecer aún más. En ese momento lo comprendí.

Irina no deseaba realmente el control, quería someter mi dominación al extremo siendo dominante. Aprendió a luchar sólo para que le golpeara aún más fuerte.
Era una sumisa viciosa.
Mis inmóviles brazos tomaron vida sólo para empujar sus caderas hacia la base de mi pene, atravesándola por completo. Sus piernas temblaban, sus labios dejaban escapar el estruendo de un ensordecedor grito; si no hubiera sujetado su cintura con mis manos se habría desplomado.



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